Todo comienza en mi infancia; en la cocina familiar, cuando mamá
ante la ausencia de un televisor en el hogar, nos leía “Cien años de soledad”.
Ya a esa altura el Coronel Aureliano Buendía, era como un familiar.
La llegada de Melquíades a Macondo con sus inventos me transportaba a
imágenes fantásticas, desde allí, nace mi relación texto e imagen.
La literatura ha tenido mucho más que ver con mi trabajo fotográfico
que un catálogo de fotografía. Siempre, los textos me generan imágenes
y salir ansioso a su encuentro. Desde esa cocina me dije que quería ser
fotógrafo. Con catorce años en mis vacaciones del liceo, me fui a trabajar
a la construcción con la fija idea de traducir ese esfuerzo en comprar mi
primera cámara, una Yashica de visor directo, lente fijo. Tenerla fue un
sueño cumplido. De allí en más desde ese último día en la construcción,
no he hecho más que vivir por, para y de la fotografía.
Mi padre me decía “dejá eso de las fotos y dedícate a estudiar”, casi
cumpliendo su “mandato”, mis años de estudiante concluyeron al abandonar
las aulas de la Regional Norte. Abandoné la carrera porque iba a
ser el abogado más triste del mundo y me dedique por completo a mi gran
pasión, la fotografía. He andado con ella a cuesta toda mi vida.
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